Las decisiones plasmadas en el proyecto (la ejecución es siempre otra cosa) han sido esencialmente las siguientes: en primer lugar, actuar integralmente en el pequeño tramo 2 del lienzo, construyendo una nueva hoja exterior sobresaliendo ligeramente con respecto a lo que hay a uno y otro lado (una nave y una tapia), saneando la cara intramuros eliminando antiguos rejuntados y llagueados de cemento y un viejo enfoscado de cuando hubo una especie de caseta adosada (no sé cómo estará de estropeada la piedra que hay debajo), y rematando bien la superficie superior para evitar la penetración de agua. La nueva hoja exterior tendrá un pequeño cimiento corrido convencional (zapata de hormigón armado), y se hará con la propia piedra desplomada y con piezas procedentes de derribos o majanos; piedra ya vieja en todo caso. El aparejo deberá parecerse al que debió de existir, y tenemos ejemplos en otros tramos del lienzo. Habrá un relleno que solidarice la hoja con el núcleo existente, realizado con mortero de cal y piedras de distinto tamaño, a modo de hormigón antiguo, a lo que se sumarán varillas de acero dispuestas en ángulo que refuercen, si se puede, la unión, aunque la fuerza de la gravedad y la propia irregularidad de lo que queda creo que garantizan una cohesión suficiente.
En segundo lugar (y como hay que llegar hasta el gasto máximo disponible) se actuará en el tramo 3, el más largo. No va a haber dinero suficiente, así que aquí se hará lo que se pueda. Concretamente, he planteado una suerte de parche justo por encima de lo que se hizo nuevo hace décadas, para evitar el aumento de la erosión en esa línea de intersección; un cordón gordo, de algunas decenas de centímetros de alto y unos 30 metros de longitud, de mortero de cal ejecutado a pelladas, para que entre mejor en las oquedades, en espera de que en un futuro próximo se pueda aplicar otra solución con carácter definitivo (no sé si también reconstruir la perdida hoja exterior). Para separar de forma más evidente lo que hagamos ahora y el murete de hace cincuenta años, planteo un babero de plomo a modo de albardilla por encima con la idea de que ofrezca a la vista una línea oscura horizontal que, en caso de que alguna vez se ponga piedra (y, por lo tanto, el plomo se tape por encima) sirva de testimonio diferenciador de las sucesivas intervenciones.
Pues con todo eso, sin haber entrado en detalles que tampoco son de especial relevancia, tenía acabado el proyecto a primeros de octubre. Lo titulé “restauración de urgencia”, convencido de que vamos a restaurar en todo el sentido de la palabra. La única duda, ya lo comenté en la primera entrada, era si podría suponer alguna dificultad administrativa, ya que la subvención se solicitó para una “reparación”, pero me comentaron que no tendría por qué. El caso es que, pese a ello, en la comisión territorial de patrimonio de noviembre se tramitó con el nombre de “reparación”; supongo que desde el ayuntamiento simplemente reprodujeron lo que venía en el papel de la subvención. Bueno, es una insignificancia. Lo que es menos insignificante es no saber (y asumo las culpas como responsable de tener todas estas cosas en cuenta) que, al mismo tiempo que se envía un proyecto con remoción de tierras para que lo autorice patrimonio, hay que adjuntar la solicitud (y propuesta de actuación) para el control arqueológico que deberá llevar un profesional del ramo. No lo teníamos, de modo que, aunque se nos dio de paso el proyecto, nos requirieron esa documentación antes de comenzar. Y como esa documentación también tiene que aprobarla la comisión, era plantarnos a mediados de diciembre sin poder tocar nada. Y estamos obligados a terminar la obra antes de fin de año. Otro inconveniente que había que solucionar.