Restaurar una muralla (VII)

Como la cal se nos había acabado, y apenas nos quedaban unos días para terminar la obra y justificar el gasto, no quedó más remedio que renunciar al mortero con el que habíamos ejecutado la parte inferior de la hoja, y emplear un hormigón de cemento convencional como relleno para continuar subiendo. Sí, la teoría nos habla constantemente de que el cemento tiene un montón de sales solubles y es más rígido y menos adaptable a los movimientos, y tarde o temprano acaba evidenciándose la incompatibilidad con muchos otros materiales. Pero todo tiene sus matices. Habiendo empleado la cal hidráulica en la zona baja, allí donde el ascenso de agua desde el suelo y el salpiqueo de la lluvia son más probables y, por tanto, los ciclos de humedad y secado más constantes, por lo menos aseguramos que la piedra y su aspecto externo van a permanecer más estables. En la zona alta, donde la humedad del terreno no va a llegar y el agua de lluvia no va a tener muchos problemas en secarse, el cemento no debería llegar a dar problemas. A fin de cuentas, no estamos trabajando sobre una portada románica, y las masas y los espesores que manejamos nos permiten unos márgenes mucho mayores, y el material utilizado es ya viejo y lleva tiempo expuesto a la intemperie. Aunque siempre queda rondando la duda, debo admitirlo. El tiempo lo dirá.

Borde derecho de la nueva hoja.

Borde izquierdo de la nueva hoja.

Otra de las consignas que di fue adaptarse a la irregular geometría del tramo de muralla que estamos restaurando, sin crecer ni menguar nada, ni rectificar ni curvar. No creo que esto parezca singular ni extraño a casi nadie, pero a veces hay que lidiar con gente que, sin criterio alguno, tiene opiniones distintas, digámoslo así. Conseguí hacer valer mi opción y, de hecho, así se hará si conseguimos seguir adelante con el resto del lienzo: no nos inventaremos muralla donde ya ha desaparecido por completo, aunque haya existido sin ningún lugar a dudas; ni creceremos por encima de lo que hay, ni uniremos tramos separados. La muralla de Palenzuela es hoy una ruina, y así permanecerá, aunque intentemos detener o ralentizar el deterioro. Es una posición ideológica particular, pero que creo adecuada en este caso: el mantenimiento del valor inmaterial de la ruina, sumado al mantenimiento del valor material de lo que queda del monumento. En Palenzuela, el primero no es inferior al segundo, ya desde hace mucho tiempo.

Borde izquierdo de la nueva hoja, con la zona probablemente rehecha al contruir la nave aledaña.

Borde derecho de la nueva hoja, con la zona probablemente rehecha al construir la nave aledaña.

A un lado y otro del tramo no resultaba muy difícil ajustarse a la línea de borde marcada por lo existente; en ambos puntos, lo más delicado seguramente sean las labores de remate entre las juntas, para evitar que el agua se meta por dentro del muro, al quedar zonas sobre las que puede llover. Pero tampoco va a ser mucha la escorrentía que por allí resbale. En la zona superior el problema será el mismo, aunque agravado un poco por las heladas, al poder embalsarse algo de agua en los recovecos, por mucho cuidado que se ponga en evitarlos. Por eso hay que eliminar toda la vegetación que se ha acumulado y toda la tierra (y deben de ser unos cuantos kilos) antes de rematar bien por arriba. Aquí, por muy bien que se coloquen las piedras y se rejunten luego, va a ser difícil evitar que, andando el tiempo, se empiece a meter algo de agua y proliferen los musgos o cualquier otro organismo similar. Tampoco es algo extraño. Lo que hay que hacer es vigilar un poco de cuando en cuando, que no es tan costoso. Y algo de verde sobre el blanco-gris de la piedra queda hasta bonito.

Zona superior del tramo, con parte de los depósitos de tierra ya retirados.

Zona superior del tramo, con parte de los depósitos de tierra ya retirados.

Y con eso, la hoja siguió subiendo. Poco más de dos días tardaron los constructores en levantar más de medio muro y dejarlo como se ve en la siguiente foto. La verdad es que no me imaginaba que estos trabajos podían ir con tanta celeridad, pero también es cierto que las circunstancias eran apremiantes, y que si los mampuestos se llaman así y se utilizaron con tanta profusión, por algo fue. El aspecto final del aparejo tal y como se ve en la imagen me pareció un poco extraño. Es cierto que se aprecia una especie de regularidad irregular, que era lo que buscaba. Las piedras son quizás algo menores de lo previsto, en general; hay zonas con piezas más grande, y en otras partes son más pequeñas, pero casi todas son claramente prismáticas; las juntas quedaron algo más anchas de lo que me hubiera gustado, pero supongo que tampoco es fácil ajustar las piezas cuando las prioridades van por otro lado. Como he dicho ya varias veces, el proyecto propone y la ejecución dispone. Pero todavía faltaba el remate final, que veremos en la próxima entrada.

La nueva hoja ya casi terminada.

La nueva hoja ya casi terminada.

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