No sé si será bueno o malo mover este modesto cajón de reflexiones al ritmo de algo que sucede cada dos años. Seguro que ni lo uno ni lo otro. Me gusta sentirme animado a retomar mis “cosas de restauración” cada vez que asisto a ARPA, aunque la emoción se diluye a los pocos días entre la realidad cotidiana. Pero mi inconstancia puede tener cualquier excusa menos la falta de temas interesantes para traer por aquí, mías o de otros, casi a diario. Lo volveremos a intentar, aunque sea una o dos veces por mes. De momento, mis impresiones de la última bienal.
Quizás fue solo sensación mía, pero me pareció que aumentó (un poquito) la asistencia al congreso. No sé si en ello influyó que por primera vez la inscripción era gratuita. En cuanto al título, “Patrimonio inteligente, territorio inteligente”, un poco ni fu ni fa. No sé muy bien lo que es eso, aunque pretenden explicarlo. No estoy muy de acuerdo en que esa “inteligencia” esté tan abocada a la deshumanización y a la hipertecnologización (permítaseme el palabro) como quieren hacernos creer; me resisto a pensar que un monumento deba estar permanentemente “latiendo”, “online”, “emitiendo”, para estar vivo, para existir. Es una tendencia que se nota desde hace años en los responsables del congreso (unida al autoabastecimiento económico), y es algo frente a lo que yo me posiciono desde el primer momento. Pero no es solamente un posicionamiento, es también (o lo intento) un modo de obrar: una persona con verdadero saber y verdadera pasión por un monumento no podrá jamás ser sustituida por un cartel explicativo ni por el más sofisticado sistema “inteligente”. La interactuación humana es necesaria. Y siempre que explico el museo del pueblo, o la iglesia, o las rutas urbanas, la gente se queda contenta, mucho más que leyendo carteles, con audioguías o con tablets de realidad aumentada. Hace falta sentirlo, claro, y entusiasmo; sin eso, de poco sirve la buena intención.
Algunas ponencias y comunicaciones me gustaron bastante (no estuve en todas), aunque echo de menos la mesa redonda con intervención de los asistentes que se suprimió ya la pasada edición. Por resumir un poco, me parecieron de cierto interés la recreación de la iglesia del monasterio de Mave (Palencia) utilizando BIM y nube de puntos (es decir, escáner láser), en la que se supone que el auxilio de la geometría virtual complementa las limitaciones del BIM para construir monumentos; la verdad es que no me quedó muy claro cómo se entremezclan las dos cosas. Indagando un poco, he encontrado que se trataba de un trabajo fin de máster de una ingeniería, por lo que espero tener tiempo para salir de dudas.
También me gustó, por curiosidad más que otra cosa, la iniciativa de fabricar los instrumentos musicales medievales que aparecen en la portada policromada de la colegiata de Toro; es un proyecto en el que la lutería es la protagonista, pero auxiliada por expertos en arte medieval y en geometría.
En la región de Apulia, en Italia, han inventado un sistema de control de la vulnerabilidad estructural de los “trulli”, que son viviendas tradicionales con cubiertas cónicas de piedra. Empleando diferentes técnicas no destructivas (escáner láser, georradar, termografía) se analizan la geometría y el estado interno de esas cubiertas, se elabora un índice de vulnerabilidad, y se realiza una clasificación que prioriza la restauración de las que se encuentran en peor estado, aunque ese estado no sea evidente a simple vista.
Y para finalizar, la empresa Factum Arte explicó todo el proceso de reproducción de la tumba de Tutankamón, desde el escaneado de las superficies hasta su materialización por técnicas sustractivas y la aplicación del color por medio de láminas superpuestas. Está colocada junto a la tumba real, en el Valle de los Reyes.
Aparte del congreso, el interés está en resto de conferencias diseminadas por diferentes espacios dentro del edificio. Por citar algunas sobre las que procuraré ampliar información: el empleo de realidad aumentada en el monasterio de Cluny realizada por la empresa francesa Paztec; pequeñas charlas técnicas sobre monumentos restaurados o arqueología (catedral de Segovia, trasaltar de la catedral de Burgos, iglesia de Santa María en Madrigal de las Altas Torres, mezquita de Tórtoles en Zaragoza, muralla prerromana de Coca); iniciativas cuasiparticulares interesantes y con pocos medios (monasterio de Rioseco en Burgos); cosas sobre patrimonio del llamado inmaterial (ermitas y devociones); proyectos polifacéticos de carácter regional (Vale Varosa en Portugal, que fue el que se llevó el premio AR&PA).
En fin, unos días intensos y que despiertan viejas ilusiones escondidas de un restaurador que quiere restaurar.