Como decía, la ejecución de todo (y también la planificación de buena parte, porque al final las circunstancias mandan) no llegó hasta 2012. Durante las semanas previas se habían adjudicado algunos capítulos de obra de manera individual; no quería encargar todo a los mismos, la naturaleza del proyecto no lo aconsejaba. Seguro que habrían aparecido empresas que ofertaran el completo, tanto la obra civil como la fabricación e instalación de la museografía, pero yo, personalmente, no me fiaba (eso de las subcontratas puede estar bien, o no). Así que la albañilería se dio a un albañil, la electricidad a un electricista, las lamas del ventanal a una empresa que se dedica sólo a eso, y así con todo. Era la única manera de conseguir controlarlo todo: ser el vínculo entre todos los participantes, o así lo pensaba, y sigo pensando. A cambio, eso sí, mucho más trabajo, llamadas, visitas. Y siempre con el presupuesto como espada de Damocles: no quería pasarme ni un céntimo.
La cosa empezó en febrero. Lo primero que se hizo fue sacar todos los trastos del sitio. Había muchas cosas inservibles, casi podría decirse que basura. Es lo malo de que un espacio (y peor si es un monumento) se consolide como trastero oficial: que luego es difícil volver atrás. Lo que sí servía, tuvo que moverse a otros locales municipales. Una vez vacío, empezaba lo más sucio y ruidoso: la zanja por el suelo junto a la pared para la nueva instalación eléctrica, y el agujero para las nuevas tomas de tierra. Quería reaprovechar al máximo las losas ya colocadas, y por eso los cortes se hicieron a veces en paralelo al muro, y a veces en escalones, siguiendo en lo posible las juntas de las piezas. Todo salía bien; la sospecha de que pudiera haber una plancha de hormigón por debajo fue infundada, sólo era tierra. Este trabajo lo hicieron entre el albañil y los trabajadores que contrata el pueblo para cosas diversas. A continuación llegó el electricista, que puso las dos picas como a un metro por debajo del nivel del suelo, y empezó a extender tubo de color negro por las zanjas. Y al mismo tiempo decidimos la ubicación concreta de cada toma de corriente y red, y por dónde iban a pasar los tubos que tenían que subir a los pisos de arriba. Siempre buscando esquinas que se vieran poco.