No es buena época diciembre para hormigonar, y menos en un suelo con orientación noreste y en sombra casi permanente, pero como no tenemos que apoyar pilares (y tampoco tenemos plazo suficiente), si algo se llegó a helar el agua de la masa no va a pasar nada. Así que una vez firme el cimiento (coincidieron un fin de semana largo y otras circunstancias, y creo que pasaron cinco días después de echar la zapata), hay que empezar a levantar. En primer lugar, se marca una línea sobre el mismo hormigón endurecido que señale la cara exterior, de acabado. Nos hemos salido unos 25-30 centímetros de la vertical a uno y otro lado, que no es salirnos, sino recuperar el volumen original, que puede que fuera incluso una pizca mayor.
Es necesario reseñar que en la esquina superior derecha del tramo que se restaura parece que hay un fragmento auténtico de la hoja exterior perdida, pero una observación atenta percibe el cemento que asegura esas piedras (tan envejecido y oscuro que engaña), y que en la parte inferior del muro hay cascotes del relleno que sobresalen más. Ese trocito fue retocado, seguramente, cuando se hizo la nave de al lado, de modo que lo ignoramos como referencia espacial para la restauración actual, pero lo asumimos como intervención de un pasado reciente, así que permanecerá en su sitio.
Un par de listones en los extremos, y una cuerdecita entre ambos, sirven para controlar la verticalidad del muro. En esta ocasión, a sugerencia de los constructores y con mi aprobación, se colocaron esas guías con un mínimo desplome hacia dentro, imperceptible a simple vista. Algo hará en favor de la estabilidad.
Una de las cosas que también hubo que decidir antes de empezar fue el aglomerante que íbamos a usar. En proyecto había puesto mortero de cal, pero sé que no es fácil convencer a la mayoría de pequeños constructores locales. Fabricar artesanalmente una mezcla in situ de cal y arena, que era mi primera opción, no ofrecía confianza a los albañiles, y tampoco había tiempo para muchas probaturas. No obstante, insistí en utilizar la cal, y me comunicaron las dos marcas comerciales con que trabaja su proveedor que tienen cal: Weber y Puma. Mirando los catálogos, vi un mortero de cal hidráulica específico para fábricas dentro del Grupo Puma: el “Morcem Cal Muro“. Se trata de una mezcla ya preparada, con una dosificación de cal y arena de 1:1 aproximadamente; hubiera preferido algo más de arena, pero me di con un canto en los dientes por tener la oportunidad de emplear por primera vez un mortero de cal, aunque sea industrial. Además, quiso la casualidad que en la pasada AR&PA asistiera a una presentación de esa casa comercial, y tenía algún folleto en casa. Aun así, para acceder a los precios tuve que llamar por teléfono, porque no se encuentran en internet, o yo no he sabido hacerlo. El coste total depende de las cantidades encargadas, lógicamente; el precio unitario de un saco de 25 kilos es de unos 11 euros, por si a alguien le es útil. Claro, la misma cantidad de cemento convencional cuesta cinco veces menos, normal que se haya adueñado de todo.
Se hizo un pedido que tuvo que venir desde Madrid; fueron 168 sacos (4200 kilos), todas las existencias que tenían en esos momentos, y como el encargo fue realizado con unos días de antelación, al tiempo de echar el hormigón en la zapata, llegó en plazo, aunque a través de transporte especial (por lo visto, 168 sacos -menos de 3 palés- no son nada, y un camión no se mueve para tan poco; cosas que uno no sabe hasta que no las experimenta en carne propia). Como era de prever, es más difícil trabajar con la cal que con el cemento; cuesta un poco más amasar y tarda también más en endurecer, los constructores se dieron cuenta enseguida, pues nunca lo habían hecho. El color de la mezcla es gris (eso también fue una sorpresa para mí), y clarea algo al secarse.
A la hora de ejecutar la fábrica, las consignas fueron pocas y claras: piedras viejas, pero con una geometría cercana al prisma; de un tamaño aproximado al original; un aparejo más o menos regular, imitando el existente en otros tramos del lienzo; juntas estrechas, que se vea mucha más piedra que llaga, y rehundidas. El objetivo era diferenciarnos de las intervenciones que se llevaron a cabo hace décadas con piedras irregulares y juntas anchas y toscas, y lograr un acabado general más cercano a lo que debió de ser. Se utilizaron las piedras del desplome que puedieron reunirse (pocas, ya lo vimos), algunas que se encontraban en superficie junto a otros tramos de la muralla, y el resto -la mayoría- eran piezas acopiadas por los contructores para sus trabajos, de procedencia dispar. El espacio entre la hoja exterior y el relleno existente se colmataba al mismo tiempo con el propio mortero de cal y cascotes irregulares de diverso tamaño, haciendo una especie de hormigón antiguo, aunque sin tanta tierra y guijarros como el original. En el proyecto contemplé la inclusión de varillas de acero inoxidable para garantizar mejor la unión entre lo nuevo y lo viejo, pero creo que no son necesarias; en su lugar, sin que tampoco yo diera instrucciones precisas al respecto, los albañiles colocaron algunos redondos de armar que intentaron clavar en el relleno, formando ángulos en distintas direcciones, para que quedaran embebidos en la cal. Como van a estar sobradamente rodeados por piedras y mortero, y no creo que lleguen a tener nunca una función tractora, no va a pasar nada; si no, hubiera evitado su instalación.
Con la cal que teníamos se pudo levantar cosa de metro y medio de hoja, puede que algo más; poco menos de la mitad de la altura del tramo. Hacía falta otro cargamento, y esta vez tenía que llegar con urgencia. Pero encargándolo un viernes no nos garantizaban el porte hasta mediados de la semana siguiente (martes por la tarde, que ya sería el miércoles), y no había tiempo, así que hubo que tomar una decisión, asumiendo una vez más las circunstancias y rebajando las exigencias del proyecto inicial. Al fin y al cabo, como comenté, la ejecución es una cosa distinta, y siempre hay que acabar renunciando a una parte de lo previsto.