Me lo llevo preguntando bastante tiempo. Y no he conseguido ninguna respuesta satisfactoria. Cuando hablo de método (podemos buscar el significado en el diccionario de la RAE), me refiero a un procedimiento, a un modo de hacer, más o menos universal, que se pueda seguir en la mayoría de los casos. Es decir, una actitud intelectual, una predisposición mental o, por ser más concreto (y menos fiel al significado concreto del término), una lista de “cosas” que hay que realizar o en las que hay que pensar cuando se afronta un proyecto de restauración.
Me temo que estos temas son de los que no se enseñan, o no se quieren enseñar, o no se insiste en ellos lo suficiente, quizás. No recuerdo nada que viera durante mis estudios de la carrera, ni durante el máster específico en restauración, en que se hiciera referencia a metodología, más allá de consideraciones vagas y abstractas, o de menciones de perogrullo: “haca falta seguir un método ordenado”. Tampoco son muy clarificadoras precisamente las publicaciones del ramo. A lo mejor resulta que eso del método y las metodologías son inventos de las élites intelectuales para darse aires. No sé.
Así que no me queda más remedio que llegar a la conclusión de que no hay método para restaurar. O que el método es, simplemente, lo que procuro hacer yo: ir, mirar, volver a ir, y volver a mirar. Y volver a ir y volver a mirar tantas veces como haga falta. Sin más prejuicio que huir de la desmesura, de la vanidad y de las decisiones precipitadas. Y que el tiempo vaya haciendo su labor. Porque en esto más que en ninguna otra tarea arquitectónica me parece fundamental reposar las ideas.