La última operación “grande” (por así decirlo, ya que no lo era tanto) fue la retirada de unos escalones de piedra que servían de arranque a la subida a las plantas superiores; era necesario hacerlo porque estrechaban el espacio precisamente donde menos anchura existía. Además, la decisión supuso también un pequeño cambio en la percepción general del lugar, al dar algo más de amplitud volumétrica a la planta baja (o así me lo parece). También el recorrido lo exigía. La idea de quitar los escalones estaba proyectada desde el principio, pero no la de sustituirlos por alguna otra cosa, como al final se hizo (lo veremos en la próxima entrada). Claro, la intención primera solamente estaba en el piso bajo, y dificultar la subida a los altos, a los que se quería restringir el acceso, lo que hacía era precisamente ayudar. Pero cuando cambió el concepto y la planta alta entró dentro de lo visitable, el quitar los escalones obligaba a incluir otros en alguna parte. Incluso había más escalones de piedra (en una posición que no estorbaba) cuya excesiva altura también nos forzaba a buscar alguna solución para, al menos, hacer el ascenso mejor que antes de la intervención en el edificio, tal y como la normativa de accesibilidad exige en los inmuebles no convertibles.
Una de las cosas que en ese momento no consideré importante (y de lo que ahora me arrepiento) fue la limpieza del suelo de piedra. Hay zonas en las que se cayó pintura o barniz hace años, y aunque en el momento de las obras parecía algo irrelevante, una vez terminado todo y montada la exposición se nota mucho más. Seguramente con un cepillo de púas se podía haber hecho algo; o quizás hubiera sido necesario pasar toda la superficie con una máquina de frotar. No lo sé; pero ahora, con todos los muebles puestos, resulta complicada una operación que levante mucho polvo (aunque tal como muele el edificio, igual tampoco es para tanto). También a toro pasado veo que hubiera sido una buena idea haber hecho una mejor limpieza de paramentos, pues existen a simple vista un montón de juntas disgregadas y feas, de cal, yeso y hasta tierra, y a veces fragmentos medio sueltos de piedras. Pero en medio de las operaciones hay cosas en las que no se repara, o a las que se da una importancia menor que después de haber terminado. Supongo que la experiencia la iremos ganando con el tiempo.
Como colofón a las obras propiamente dichas, se pintaron algunas paredes que no son de piedra, lo mismo se hizo con algún techo (en el que han vuelto a salir unas extrañas manchas cuyo origen no acabamos de tener claro), se barnizaron las ventanas existentes -porque no se cambió ninguna-, se rellenaron huecos entre marcos desencajados y muros, se condenó una entrada, idem con una acometida de agua, se renovaron las cerraduras de la puerta que iba a ser el único acceso. A finales de julio de 2012 el espacio estaba preparado para empezar a traerlo todo (incluyendo los nuevos escalones y la barandilla de madera). Así se hizo, aunque el proceso se alargó más de dos meses entre unas cosas y otras, como veremos.