Llevo un par de meses sin contar nada de “mi museo”. Una de las cosas que estoy aprendiendo es a asumir los tiempos y ritmos que conllevan los proyectos que promueve la administración pública y en los que se quiere implicar a la gente. Por eso, no tengo mucho que decir, pero al menos este rato de escritura me servirá de reflexión propia, y de pequeña recopilación de hechos.
Mi experimento de Plan Museológico ya está próximo a su fin. Teniendo en cuenta que nunca antes he hecho ninguno, y que no existe ninguna ley ni nada parecido que obligue a hacerlo y, por lo tanto, no hay instrucciones, creo que el resultado va a ser aceptablemente satisfactorio, por cuanto me está sirviendo para ordenar debidamente una serie de premisas justificativas y de avances funcionales. Estoy tardando más de lo previsto porque, como me sucedió con el dosier para el 1% cultural del que ya hablé, no me he puesto plazo, y me está volviendo a pasar lo mismo.
Los pósteres (sí, plural acabado en -es) publicitarios llevan puestos algo más de un mes. Creo que han colocado cinco o seis, aunque sólo he visto cuatro (yo he participado en la colocación de dos). De momento, no he recibido ningún mensaje en el correo electrónico que creé para el museo, y tampoco me han llegado noticias de nadie que se haya interesado por el asunto, ni mucho menos por donar piezas. Probablemente, hasta después de Semana Santa no se pueda hacer un balance del éxito de los carteles.
La página de Facebook, abierta el 17 de enero, tiene 32 fans, o amigos, o, por decirlo propiamente, “personas a las que les gusta”. He subido bastantes imágenes de variada temática, especialmente de documentos del archivo municipal susceptibles de muselización por su aspecto y su contenido (unos más que otros), que voy fotografiando cada vez que me acerco por el pueblo. Todavía no me he puesto con una web propia para el museo, pero es que entre unas cosas y otras se me olvida.
Respecto a los libros que me estoy leyendo sobre luminotecnia y museografía, lo más reseñable que puedo hacer constar es mi general ignorancia en multitud de cosas. Pero voy aprendiendo. Ya sé que lo mejor, para iluminar una pieza, es centrarse en el contraste, y que los sistemas de “traslación” de la luz por fibra óptica minimizan los daños de las radiaciones. Y que es muy posible que un espectador del museo no sienta altas dosis de pasión (más bien ninguna) delante de unos garabatos en letra gótica cortesana del siglo XV que no puede descifrar, si no tiene a mano algo que le explique qué fue esa letra y para qué se utilizó, y qué historia cuenta el documento, más allá de un simple cartelito.
Y lo siguiente es hablar con los responsables del obispado, para pedirles fotos antiguas (ya hemos tenido una breve conversación y así me lo han confirmado), y comentarles la posibilidad de trasladar alguna pieza desde la parroquia. Y con el Museo de Palencia, al que haré llegar mi plan museológico cuando les pida algunos de los fondos que guardan en sus almacenes, para que vean que la cosa va en serio.
Y poco más. Pero visto así escrito, me parece que tampoco he perdido el tiempo, modestia aparte.