Cambios de aspecto: la catedral de Palencia (I)

Más allá de las “reparaciones” que suponen la mayoría de los proyectos de restauración actuales (se llamen propiamente de restauración, o de rehabilitación, consolidación, limpieza, o de otra forma), la decisión más problemática suele ser la de introducir cambios, siquiera leves, en el aspecto que un monumento presenta (o lleva presentando cierto tiempo, porque raro es el siglo que no ha introducido transformaciones en casi cualquier arquitectura histórica). Decisión problemática tanto para el arquitecto como para la institución o administración responsable de la titularidad del predio o de poner el dinero; bueno, posiblemente sean estas menos prejuiciosas, o más irresponsables, a la hora de sopesar un asunto tan delicado (a veces; también sucede lo contrario). Y si el protagonista en cuestión  tiene un lugar relevante en el catálogo monumental de la ciudad, o es objeto de frecuentes miradas de transeúntes y visitantes, o es, simplemente, un hito histórico singular aun pasando desapercibido, la decisión es todavía más meditada.

Foto antigua del claustro de la catedral de Palencia

Vista parcial del claustro, naves, crucero y torre de la catedral de Palencia en un foto de Laurent (1)

Una catedral gótica puede parecer un monumento lo suficientemente notable para que cualquier proyecto de restauración (o plan director, si se diera algo más publicidad a estas cosas) que proponga cambiar el aspecto de algunos de sus elementos (damos por hecho que hoy nunca se planteará una modificación global) tenga cierta repercusión entre la opinión popular y cierto debate entre los entendidos y profesionales. Pero a la pobre y discreta catedral de Palencia, hermosa precisamente en sus numerosas desviaciones de los cánones estilísticos y con un grandioso y espléndido interior, por no pasarle no le pasa ni el ser objeto de un efímero debate público a causa de las obras que se ejecutan en ella desde hace años. Una verdadera pena, porque se podría haber aprovechado la oportunidad para potenciar una labor de difusión de la que este edificio está muy necesitado. Aunque puede que todavía estén a tiempo, si se replantean un poco algunos aspectos, pero de eso hablaré en otra ocasión.

Vista antigua del interior del claustro de la catedral de Palencia

Aspecto interior del claustro en una imagen antigua (2)

Son dos los cambios que juzgo de especial relevancia en el aspecto de la catedral, en dos elementos tan singulares como el claustro y la fachada oeste, llamada a ser en su momento la principal aunque casi haya quedado como una medianera. Me fijaré hoy en el primero, proyectado por Juan Gil de Hontañón a principios del siglo XVI; un claustro de un solo piso, pero bastante alto, con cinco tramos por crujía más los rincones. Cada crujía se cubre con un diseño diferente de bóveda de crucería, como sucedía con cierta frecuencia. Los vanos que dan al patio son de arco apuntado, amplios y elevados, y de la labor de tracería que posiblemente tuvieron no se sabe nada porque fueron cerrados a finales del siglo XVIII, como refuerzo ante las deformaciones producidas por la elevación de un piso adicional sobre una de las crujías (que hoy ya tampoco existe). El cierre únicamente era permeable por unos óculos altos y unas ventanas rectangulares bajas, además de las necesarias puertas. Las imágenes dan cuenta del sobrio y grave aspecto externo resultante de la operación y del ambiente que creaba en el interior.

Vista actual de un arco del claustro

Aspecto actual de uno de los vanos del claustro, con la carpintería colocada unos años después de su apertura.

El plan director de la catedral se planteó como una de sus premisas reabrir las arquerías y recuperar el carácter diáfano y luminoso del claustro, y la obra tuvo lugar a finales del pasado siglo. Pocos años después, ante la imposibilidad de conocer el diseño de los elementos que formaron parte del vano (si existieron) y supongo que también por razones funcionales, se colocó una carpintería en la que destacan unos elementos lineales de aires goticistas que ocultan los soportes principales de los cristales. Ignoro por qué se optó por algo así y no se dejaron los huecos libres (sin “neocosas”), como está, por ejemplo, el claustro de la catedral de León.

Exterior de los vanos del claustro

Imagen que muestran en la actualidad los arcos del claustro.

El resultado es un espacio desbordante de luz, que ofrece a la vista un cambio drástico del lugar después de más de dos siglos. Sin embargo, creo que esta alteración no ha sido convenientemente aprovechada (aunque ahora la visita a la catedral incluya recorrer el claustro) y de hecho es posible que muchos palentinos no sepan todavía cómo ha variado el aspecto de este elemento de su catedral. Pero la actuación revitalizadora también tiene su crítica.

Interior de una de las crujías del claustro

Interior de una de las crujías del claustro, cuya luz ha de ser tamizada con una cortina por delante de los ventanales.

Aparte del valor (o no) histórico del propio cierre de las arquerías (que fue una obra bien ejecutada y con intenciones arquitectónicas más allá de lo funcional, como así aprecian los propios redactores del plan director), nos encontramos con que un espacio con cierto carácter, que albergaba usos expositivos, en semipenumbra, cuyo oscurecimiento no era difícil de lograr y cuya temperatura se mantenía en márgenes de oscilación aceptables, es ahora un torrente de luz y un verdadero horno cuando el sol se cuela por los cristales. Y las sencillas cortinas que han puesto, aparte de ser una solución bastante triste, apenas sirven para evitar un soleamiento directo. Aunque la introducción de las carpinterías tuvo como fin la adecuación del lugar para la continuidad de su ocupación por parte de las piezas del museo catedralicio, en la actualidad no sucede así; las pinturas y esculturas se han relegado a otras dependencias y sólo algunos elementos pétreos pueden ser mostrados en tales condiciones. Parece evidente que el claustro, si quiere ser tal, debe dejar de ser definitivamente espacio de exposición permanente. Ello tiene también sus ventajas, como su incorporación a la visita ordinaria a la catedral, la posible salida al patio y las perspectivas de las naves y la torre. En una próxima entrada hablaré del segundo y más reciente de los cambios de aspecto en la seo palentina.

Fuentes de las fotografías:

1. http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=10002750

2. http://www.todocoleccion.net/n-7668-palencia-catedral-claustro~x24747088

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Debe de ser lo que llaman gestión

Voy a volver brevemente con el museo, porque es, de lo que hago ahora mismo, lo único que guarda una mínima relación con la temática del blog. Y lo que hago es, más que nada, eso que se ha dado en llamar gestión, palabra muy manida últimamente, y que parece englobar un amplio campo de actividades más o menos abstractas o etéreas, sin plasmación material visible.

Ya he terminado el Plan Museológico. Como es el primero que hago, no sé si está bien, pero como me he guiado por el documento del ministerio, y por un ejemplo compuesto de la misma forma, supongo que no me habré alejado mucho de lo que alguien más bregado en estos temas habría escrito. Pero yo conozco algo más la idiosincrasia del lugar y del contenido, así que lo uno por lo otro.

El Plan ya se lo he remitido al director del Museo de Palencia, con quien también he hablado, y que me ha mostrado su total disponibilidad para ayudarnos y para estudiar la posible cesión de piezas procedentes de la necrópolis, y de monedas del tesorillo. Concertaremos en breve una reunión con él y con el conservador, y con la alcaldesa del pueblo, a quien también he enseñado el Plan, claro.

El párroco está dispuesto a colaborar en la dotación del museo, cediéndonos las dos piezas (el epígrafe y el escudo) que se conservan en la iglesia parroquial, y las cuatro estelas funerarias (o trozos de ellas) que hay en los rincones de la ermita. Incluso se abren posibilidades de dar algo más de protagonismo al propio patrimonio mueble de la parroquia (hoy muy escondido, por si acaso) a través del museo. Aunque habrá que pasar por el filtro del obispado, a quien volví a escribir, pero del que no he tenido nuevas noticias.

Y en Facebook, ya tenemos cuarenta y nueve (49) personas que han dado al botoncito de “me gusta”; y aunque parece poco, no es fácil conseguirlo; hay que tener constancia, subir con cierta frecuencia cosas nuevas, y publicitarlas también a través de otras páginas. Ya hemos repasado una buena cantidad de documentos del archivo municipal, y habrá que pensar en algo más.

Ahora, a buscar empresas de museografía que hagan cosas buenas, bonitas y baratas. Gracias a la confección del Plan Museológico, me he hecho una idea más clara de lo que quiero, y creo que podremos diseñar algo interesante. Y he empezado a escuchar música medieval y renacentista. Por avanzar algún tema, creo que un acompañamiento musical adecuado en medio de un ambiente en penumbra puede ser interesante en la parte del museo dedicada a la exposición de documentos. Por cierto, tengo que profundizar (más bien iniciarme) en la iluminación por LED en entornos museísticos, a ver si es verdad que es una cosa tan buena.

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Una de murallas

Más que muralla, es cerca. No hay cubos, ni almenas, ni matacanes, ni nada de lo que el imaginario popular y las reconstrucciones más o menos fantasiosas nos han transmitido a lo largo de los tiempos. Tampoco hay piedras de gran tamaño, sino mampuestos medio careados (quizás podríamos llegar al nivel de sillarejos) en dos hojas externas, y un núcleo de tierra. Es la muralla (llamémosla así) de Palenzuela, de la que se conservan algunos trozos; solos o como tapias; de corrales o del cementerio.

Murallas como estas debió de haber bastantes en pueblos y ciudades; muchas no pasaron de ser muros de tapia de un par de metros de grosor y tres o cuatro de altura; algunas tuvieron puertas fuertes. Por unas u otras razones, la mayoría acabó desapareciendo; pero, donde se conservaron, han alcanzado el estatus de monumento; monumento para una ley teórica y para un visitante ocasional, claro: las murallas pasan totalmente desapercibidas entre los oriundos del lugar, sea cual sea. No son más que elementos que, cuando tienen una función práctica (servir de cierre a alguna finca, de apoyo a otra construcción) pueden disfrutar de más posibilidades de supervivencia. Cuando no sirven para nada, se abandonan a su suerte; y eso en el mejor de los casos: lo frecuente es que hagan de cantera pública o, si no hay piedra que extraer, se acaben derribando. Y si el azar (o alguna insólita voluntad humana) ha preservado la muralla hasta el momento actual, con una sensibilización sobre los asuntos del patrimonio histórico algo más asentada, pueden suceder dos cosas: que no se tire, pero continúe abandonada y se acabe cayendo sola, o que se intente restaurar (o reconstruir).

Imagen de la muralla de PalenzuelaSi no se ha hecho nada por remediarlo, a una muralla de piedra le entrará agua por arriba que lavará el núcleo y lo deshará, y las hojas exteriores se agrietarán y empezarán a caerse. La lluvia y el viento también trabajarán lo suyo directamente sobre los paramentos. Y alguien habrá que vea útil llevarse piedras a casa. Y tarde o temprano nos encontraremos con una delicada situación de desequilibrio; la base de los muros pierde material, y la estabilidad de las hojas exteriores y del conjunto en general se ve comprometida.

Cuando el núcleo de tierra queda a la vista, puede ocurrir lo que se ve en la foto: que se disgregue, posiblemente porque apenas se mezcló con cal cuando se hizo la construcción. En la muralla de Palenzuela, esa parte interior tiene un tacto muy parecido al de la arena que se coloca en montones junto a una obra; no parece existir ningún componente aglutinante, y soplando, o con los dedos, se cae. No obstante, también hay zonas de los lienzos que presentan, al menos en apariencia, una solidez que no hace augurar nada malo a corto plazo, con trozos de piedra bien sujetos. Todo ello puede significar, siguiendo un razonamiento lógico, que no existe homogeneidad en la calidad del interior de los muros; realizar una fábrica de esa envergadura es una tarea larga en el tiempo, y seguramente fue objeto de modificaciones, reparaciones o reconstrucciones ya de antiguo; el resultado de todo ello es la irregularidad. A la masa que rellena el interior de las hojas se añadieron guijarros de diferentes tamaños que, si no hay suficiente cohesión, no aportan nada al equilibrio del conjunto.

Imagen de la muralla de Palenzuela¿Se puede restaurar una muralla en ese estado? Más que responder sí o no, hay que atender a una infinidad de consideraciones. En primer lugar, cualquier arquitecto medianamente formado intentará repasar, siquiera brevemente, las cartas del restauro más recientes y todos esos documentos que vienen de los grandes sabios del mundo y que, aunque sirven de poco, pueden ayudar a decidir una línea general ideológica. La disyuntiva más importante estará entre la simple consolidación y la reconstrucción (más o menos mimética). Sin un núcleo sólido, consolidar obligará a limpiar bien lo que ya está desmenuzado y poner parches muy amplios que eviten futuras disgregaciones, cuyo efecto estético es difícil de prever. Si estos parches queremos taparlos, no se me ocurre otra forma que hacerlo con piedra, y ya estamos hablando de reconstrucción. Pero, aunque podemos obtener datos suficientes sobre tamaño, forma de colocación y acabado de las piezas en los lienzos, quedan muy pocas procedentes de los desplomes, y es imposible encontrar su ubicación original en la vertical. Económicamente hablando, hacer las cosas bien costará mucho, no tanto por el aporte de piedra nueva, sino por su tratamiento: habría que fijar un intervalo de escalas de los mampuestos, acondicionar al menos una de las caras, y estar atento a la posición y a las separaciones, para que el resultado final, por una parte, no se parezca en nada a la obra de urgencia que se hizo hace nosecuánto tiempo (yo siempre lo he conocido así) y, por otra parte, se diferencie sutilmente de las partes originales. Otro asunto es la pérdida de ese aire de ruina (ligeramente) romántica que en estos momentos tiene (en parte) el conjunto, y que se perdería tras una intervención, incluso aunque fuera mejor que la de la foto.

Imagen de la muralla de PalenzuelaPor el momento, mi labor se limitará a informar. La preocupación en el lugar es, sobre todo, el riesgo de derrumbe, que puede afectar (según los tramos) a la carretera por la que se entra en el pueblo si es hacia fuera, o al cementerio si es hacia dentro. Como en casi todas estas cosas, voy también a tientas, porque nunca he hecho nada parecido. Se ha planteado la posibilidad de pedir dinero a Cultura. No tengo ni idea de la millonada que puede costar una verdadera obra de restauración, pero seguro que cuatro duros para poner dos piedras no son el remedio. Y casi preferiría no tocar nada.

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Las cosas del museo van despacio

Llevo un par de meses sin contar nada de “mi museo”. Una de las cosas que estoy aprendiendo es a asumir los tiempos y ritmos que conllevan los proyectos que promueve la administración pública y en los que se quiere implicar a la gente. Por eso, no tengo mucho que decir, pero al menos este rato de escritura me servirá de reflexión propia, y de pequeña recopilación de hechos.

Mi experimento de Plan Museológico ya está próximo a su fin. Teniendo en cuenta que nunca antes he hecho ninguno, y que no existe ninguna ley ni nada parecido que obligue a hacerlo y, por lo tanto, no hay instrucciones, creo que el resultado va a ser aceptablemente satisfactorio, por cuanto me está sirviendo para ordenar debidamente una serie de premisas justificativas y de avances funcionales. Estoy tardando más de lo previsto porque, como me sucedió con el dosier para el 1% cultural del que ya hablé, no me he puesto plazo, y me está volviendo a pasar lo mismo.

Los pósteres (sí, plural acabado en -es) publicitarios llevan puestos algo más de un mes. Creo que han colocado cinco o seis, aunque sólo he visto cuatro (yo he participado en la colocación de dos). De momento, no he recibido ningún mensaje en el correo electrónico que creé para el museo, y tampoco me han llegado noticias de nadie que se haya interesado por el asunto, ni mucho menos por donar piezas. Probablemente, hasta después de Semana Santa no se pueda hacer un balance del éxito de los carteles.

La página de Facebook, abierta el 17 de enero, tiene 32 fans, o amigos, o, por decirlo propiamente, “personas a las que les gusta”. He subido bastantes imágenes de variada temática, especialmente de documentos del archivo municipal susceptibles de muselización por su aspecto y su contenido (unos más que otros), que voy fotografiando cada vez que me acerco por el pueblo. Todavía no me he puesto con una web propia para el museo, pero es que entre unas cosas y otras se me olvida.

Respecto a los libros que me estoy leyendo sobre luminotecnia y museografía, lo más reseñable que puedo hacer constar es mi general ignorancia en multitud de cosas. Pero voy aprendiendo. Ya sé que lo mejor, para iluminar una pieza, es centrarse en el contraste, y que los sistemas de “traslación” de la luz por fibra óptica minimizan los daños de las radiaciones. Y que es muy posible que un espectador del museo no sienta altas dosis de pasión (más bien ninguna) delante de unos garabatos en letra gótica cortesana del siglo XV que no puede descifrar, si no tiene a mano algo que le explique qué fue esa letra y para qué se utilizó, y qué historia cuenta el documento, más allá de un simple cartelito.

Y lo siguiente es hablar con los responsables del obispado, para pedirles fotos antiguas (ya hemos tenido una breve conversación y así me lo han confirmado), y comentarles la posibilidad de trasladar alguna pieza desde la parroquia. Y con el Museo de Palencia, al que haré llegar mi plan museológico cuando les pida algunos de los fondos que guardan en sus almacenes, para que vean que la cosa va en serio.

Y poco más. Pero visto así escrito, me parece que tampoco he perdido el tiempo, modestia aparte.

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El que no lee cosas es porque no quiere

Y que conste que yo soy el primero en asumir la culpabilidad de mi frecuente pereza para ponerme a mirar cosas sobre restauración. Antaño, cuando mi interés por estas facetas arquitectónicas era una manifestación evasiva ante la escasa motivación que me producían las asignaturas convencionales de proyectos y construcción (y otras más), me molestaba en rebuscar por las bibliotecas, a ver si encontraba libros que me contaran lo que no tenía manera de averiguar en la escuela. Y había bastantes, aunque mucho más orientados a una teoría repetitiva, basada en postulados que varían cada dos por tres, y muy poco útil más allá del aumento de la cultura general del lector. Era bastante más difícil encontrar publicaciones en las que se destriparan los proyectos de restauración: una breve reseña con los presupuestos teóricos del proyectista y la somera descripción de lo hecho, y una escasa aportación gráfica (y en pequeñito), eran todo lo que podía hallarse. ¿Y hoy? Confieso que no estoy muy al día, pero, aunque no sea mucho, algo hay para quien esté interesado, tanto en papel como en pantalla.

En internet, y una vez más a través de la nunca bien ponderada web del Ministerio de Cultura, se puede acceder a la revista Patrimonio Cultural de España. Apareció en 2009, y hasta el momento hay cinco números, todos ellos descargables gratis. También puede comprarse en papel, aunque no sé si sólo se puede pedir al ministerio, a cambio de 28 euros más gastos de envío. Son unas trescientas páginas misceláneas; algo más de la mitad suele dedicarse a “teoría”, pero las reseñas de restauración arquitectónica, aunque sean sólo una parte no mayoritaria, me parecen bastante completas.

También en internet y en papel, y también gratis, se ofrece la publicación de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, llamada Patrimonio. De objetivos y volumen más modestos que la anterior (el último número, el 43, tiene sesenta y seis páginas), es, no obstante, algo más señera, pues lleva editándose desde el año 2000. Su misión es más bien informativa y divulgativa, y se circunscribe, lógicamente, al ámbito de la comunidad autónoma. Se envía por correo a los “Amigos del Patrimonio” de la Fundación, pero a veces está disponible en algunas sedes de la administración.

En papel, fue pionera en nuestro país la revista Restauración & Rehabilitación. Apareció en 1994, como una iniciativa editorial privada que veía la luz cada dos meses; no sé muy bien qué sucedió, pero en 1997 se refunda y recomienza la numeración, con un impulso bastante ambicioso, pues pasó a periodicidad mensual; a principios de 2005 dejó de publicarse, y cuando se retomó la actividad, a finales de 2006, era ya el Instituto Universitario de Restauración del Patrimonio de la Universidad Politécnica de Valencia el que figuraba como editor, cuando hasta entonces se limitaba a dirección y redacción. Va sacando números sin un ritmo fijo; el último hasta ahora es de septiembre de 2009; los ejemplares rondan las ochenta o noventa páginas; estoy suscrito y me la envían a casa, y no sé si se vende directamente en comercios; supongo que sí, porque tiene el precio, 5 euros, puesto en la portada. Por más que he buscado, no he conseguido encontrar en internet números atrasados, y en papel están agotados.

El fundador de la anterior revista es también quien dio comienzo a otra iniciativa impresa, llamada Restauro, que comenzó en 2008. Hay nueve números publicados, de unas cien páginas, y poco puedo decir de ella porque apenas la he ojeado. Están disponibles para descargar los dos primeros ejemplares, y un capítulo de los restantes. Esta sí que se vende en librerías u otros lugares, al precio de 10 euros, y también es posible suscribirse, claro.

Nada de todo esto es la panacea universal. No sé por qué, pero me da la sensación de que en el mundo de la arquitectura, en general, hay demasiada reticencia a la hora de mostrar a los demás el trabajo propio, como si tuviéramos una conciencia de propiedad (¿intelectual?) sobre lo que decidimos, escribimos y dibujamos, y temiéramos que se nos robe. O a lo mejor es simple egoísmo, una excesiva interiorización de la competencia profesional. Otra de las razones que me lleva a escribir aquí.

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Restauración invisible

No me refiero con el título a ningún postulado teórico acerca de lo que debe o no debe significar una restauración en la actualidad. Más bien quiero decir que hay restauraciones que, partiendo con muy buenas intenciones, se quedan a medias en el mejor de los casos, o directamente se hacen invisibles, se pierden entre peregrinas decisiones e insoslayables limitaciones de los que tienen potestad para decidir, o sea, los que mandan, y el dinero.

La primera vez que me llegó la posibilidad de hacer algo más o menos asimilable a un proyecto de restauración fue también en Palenzuela. Hace un par de años, ante la insistencia de algunos vecinos, el ayuntamiento decidió subirse al carro de los teleclubes, esos locales hoy muy comunes en pequeños pueblos, multifuncionales en principio, pero que vienen a servir de bar, a grandes rasgos. La palabra aparece en el diccionario de la RAE, ante mi sorpresa. Bien; como el municipio es propietario de algunos inmuebles, se decidió a arreglar uno de ellos, en la Plaza Mayor, catalogado en el PECH (fachada de piedra y estructura de madera, aunque reformado ampliamente creo que a mediados del siglo XX), que fue antaño escuela, y hasta no hace mucho, consultorio médico (recuerdo haber ido alguna vez de pequeño); pero llevaba ya varios años vacío y cerrado, con las consecuencias que eso tiene.

Aunque el tema de teleclub sí, teleclub no, venía coleando de meses antes, la concesión firme de fondos (80.000 euros) llegó en febrero de 2009, y como es habitual, el plazo para entregar el proyecto terminaba tres o cuatro semanas después, en marzo. De modo que muy apresuradamente hube de hacer un trabajo lo menos incompleto posible, con un levantamiento gráfico bastante inexacto, y con cosas que nunca había hecho antes, como comprobar la resistencia de un forjado de madera existente, o ese documento básico del CTE que habla de la eficiencia energética de las instalaciones de iluminación (creo que toca por tratarse de la reforma un edificio con uso comercial o admistrativo). Incluso tuve que pedir ayuda a otro arquitecto. Aun así, quedé relativamente satisfecho con el resultado, al menos sobre el papel. Planteé la demolición de una zona de adobe muy deteriorada (que era además de reciente factura) pero conservé en su mayoría las estructuras originales de madera y de piedra; distribuí el espacio en cuatro áreas para asumir la propia forma de la casa, y metí la nueva escalera en una de ellas, creando una zona de doble altura frente a un muro de piedra.

Imagen del estado actual de la escalera junto al muro de piedra.

Sobre las vicisitudes durante el visado y en la diputación hablaré en otro momento, si es que me apetece. Digamos que las obras comenzaron más rápido de lo que yo creía, en noviembre del mismo 2009. Y ahí, in situ, no ocho meses antes, es donde algunos concejales del ayuntamiento empezaron a proponer cambios. La dirección de obra la llevaba un arquitecto de la diputación, de modo que yo ya ni pinchaba ni cortaba, pese a que las quejas me llegaban a mí. Y uno de esos cambios fue unir todos los espacios en continuo, para lo que había que tirar un muro de tapia de sesenta centímetros de grosor, previo apeo del mismo con la correspondiente estructura horizontal y vertical metálica, y su cimiento; en las dos plantas. También se cambió de sitio la escalera. Se modificó el acceso y se agrandó una ventana (cosa prohibida por el PECH). Y por no decir nada de las dificultades que iban surgiendo por errores de las medidas en planos y el mal estado de algunas paredes que se suponían de sólida piedra. La idea del proyecto se desfiguró por completo. Pero es uno de los riesgos que se corren cuando el promotor no está seguro de lo que quiere y el arquitecto tiene un pensamiento poco concurrente con la idiosincrasia del sitio en estas cuestiones del “patrimonio”. No sé cuánto dinero se fue en la barbaridad de kilos de hierro que ha habido que meter, pero es la principal causa de que, a día de hoy, la cosa esté manga por hombro, los 80.000 euros se hayan acabado, y haya que meter, de momento, otros 27.000. Ya he inspeccionado el estado del inmueble, y veremos a ver lo que puede hacerse.

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Un museo: estado de la cuestión

Para terminar el año, y de forma breve, voy a hacer un balance del estado de este proyecto de restauración (aunque en realidad haya, de momento, poca restauración, y bastante más de otras cosas, pero que también forman parte de este complejo mundo, y pueden resultar interesantes e instructivas, y hasta entretenidas). Lo del 1% cultural está en punto muerto, mientras no demos nosotros el paso, así que, ajustándonos al reducido presupuesto total de 40.000 euros obtenido con la participación de la ADRI Cerrato Palentino, habrá que tirar para adelante.

Fotomontaje de la fachada del ayuntamiento

Las obras pueden empezar ya, pero todavía no van a hacerlo, porque no hay dinero. Bien; mientras tanto, estoy trabajando en tres cosas: redactar un plan museológico, aprender un poco sobre iluminación museística, y preparar una operación de publicidad y captación de recursos.

De la diferencia entre Plan Museológico y Proyecto Museográfico nos hablaron un poco en el Máster de Restauración de la Universidad de Valladolid. Me puse a indagar más, y encontré un par de documentos interesantes: Criterios para la Redacción del Plan Museológico, y el Plan Museológico del Museo de León. El segundo es una ejemplo basado en el primero. Bueno, la verdad es que a través del apartado de museos de la web del Ministerio de Cultura hay disponible mucha documentación sobre museología y museografía, que he de reconocer no he consultado todavía. También me he cogido en la Biblioteca Pública un libro titulado Museografía Didáctica, de la Editorial Ariel (de la que no he conseguido encontrar web), editado en 2005, que todavía no he empezado. En mi plan museológico estoy siguiendo más o menos las indicaciones del “Criterios” del Ministerio, que es bastante claro y conciso. Lo que ya no sé es si esto del Plan Museológico no será un documento demasiado abstracto, de intenciones buenas, pero que caiga en saco roto. Mi intención es realizar un Plan para que, al menos, nos consideren con seriedad en las altas instancias a la hora de presentarnos y, sobre todo, de pedir, y para diferenciarnos de los pequeños museos o salas de exposiciones de diversa temática que surgen en pueblos, y que no poseen nada parecido.

Para saber cosas sobre iluminación museística, me he propuesto revisar los libros que utilicé en la asignatura de Electrotecnia y Luminotecnia, aunque antes de hacerlo me he metido directamente con otro que cogí también de la Biblioteca (al mismo tiempo que el anterior), y que se titula “Manuales de Luminotecnia. Museos y Exposiciones”, de Ediciones Ceac, del año 1999; no sé si serán los de los famosos cursillos; la web que indican en el libro, por cierto, ya no existe. Pero el texto es incluso entretenido.

Póster publicitario

Y dentro de la operación de propaganda y captación de recursos, con el objetivo de implicar a la población y de intentar formar una colección municipal heterogénea donada por los habitantes, ya he diseñado un poster en gran formato, sencillo, pero creo que claro y directo, que diseminaremos por el pueblo. Tengo también en mente hacer un díptico para repartir. Y más adelante estudiaré estrategias de autofinanciación, que son muy fáciles de pensar, pero de aplicación y efectividad más dudosa en un lugar tan pequeño (¿amigos del museo? ¿patrocinios privados? ¿venta de recuerdos?).

Sobre detalles y progresos de todo esto ya iré informando.

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Un museo: segundo paso

El 29 de noviembre hablé por primera vez del Museo de Palenzuela (me gusta llamarlo así aunque todavía no exista y la legislación autonómica sobre museos, la Ley 10/1994, de 8 de julio, de Museos de Castilla y León, sea bastante restrictiva en lo que define como tal). Las reseñas sobre el 1% cultural y las ADRI también están directamente relacionadas con él. Comenté que, tras mis conversaciones con la gente de los ministerios de cultura y fomento, decidí realizar y enviarles una especie de dosier de presentación, para curarnos en salud antes de redactar un proyecto de restauración entero, y también para conocer mejor yo mismo el edificio. Se puede decir que comencé a hacerlo por esas fechas, en septiembre u octubre de 2009.

El primer problema con el que me encontré fue la carencia de experiencia previa en el tema. No porque no me guste escribir sobre monumentos, todo lo contrario; me hice un esquema mental en el que quería meter demasiadas cosas. Quería investigar la historia del edificio completo del Ayuntamiento con documentación archivística. Quería hacer un estudio comparativo con otras puertas de muralla de las cercanías. Quería justificar el derecho del municipio a las ayudas del 1% basándome en su proporción de BIC (tenemos tres: el castillo, el conjunto histórico y el yacimiento arqueológico prerromano) frente a los pueblos del entorno, con la ayuda de estadísticas y planos creados por un programa de SIG. Quería hacer un levantamiento gráfico completísimo. Quería componer fotoalzados rectificados a gran tamaño e incluso realizar un modelo tridimensional. Mucho para un documento que al final acabé llamando “Estudio Previo de Acondicionamiento y Musealización de la Torre del Reloj (antigua Puerta de la Muralla)”.

El segundo problema, y muy importante a la postre, fue que no me puse plazo. Simplemente iba avanzando poco a poco. Los del 1% cultural se reúnen tres veces al año para estudiar las peticiones que les llegan, así que si se te pasa una fecha, ves la siguiente todavía muy lejana, no haces nada, y se te pasa también. Esto seguro que a muchos les recuerda a ciertas asignaturas de la carrera de arquitectura. De modo que nunca me proponía un límite máximo de tiempo, y los meses pasaban sin que el trabajo avanzara lo que yo hubiera querido. Bueno, si lo hubiese querido de verdad, supongo que tendría que haberlo hecho.

Y como tercer problema, pogamos los imponderables. Por ejemplo, las visitas que tenía previstas a los pueblos con puertas de muralla me las quería tomar como excursiones, no sólo ir, sacar foto, y volver. Y el invierno pasado fue especialmente desapacible los fines de semana. Otro imponderable es que te surja algún pequeño trabajo inesperado que, en estos tiempos, no se puede rechazar. O que si tienes otra actividad habitual, como estudiar la Licencitura en Historia, las asignaturas te ocupen más tiempo del previsto inicialmente. O que te vayas de vacaciones en abril.

Bien; por hacer una reseña cronológica de la evolución de todo esto (lo mío es obsesión por el tiempo), digamos que mi primera excursión por pueblos (Arcos de la Llama, Sasamón y Los Balbases, en Burgos) fue el 29 de diciembre de 2009, día de lluvia torrencial, que tenía que acercarme a la zona por otros motivos. La segunda (Villamediana y Dueñas, en Palencia) no fue hasta el 30 de abril. Y la tercera y última (Santa María del Campo en Burgos, y Astudillo y Támara de Campos en Palencia) fue el 16 de mayo. Mientras tanto, iba avanzando despacito en otros menesteres. Las primeras mediciones para el levantamiento gráfico las había hecho en agosto, si mal no recuerdo, y para octubre tenía ya las plantas y una sección de la zona de la torre. Me cogí el mes de noviembre de medio descanso, mientras iba a un curso de ARCGIS. El 4 de diciembre me hice un reportaje fotográfico exterior del conjunto, con trípode, a partir del que fui componiendo un alzado rectificado, que di por terminado el 11 de enero. El 29 de enero volví para hacer fotos del interior y medir más cosas, pero estaba cerrado, y me contenté con fotografiar y tomar algunas medidas del exterior. El 19 de febrero me acerqué otra vez, y sí que puede acceder, pero andaba extraviada la llave de una de las dependencias (la del archivo), por lo que esa zona se quedó sin medir y sin fotografiar. Poco después tenía hechas las plantas completas del edificio, con algo de invención, pero no encontré tiempo o ganas para más secciones. Y a ratos, iba redactando una descripción del inmueble, una pequeña reseña histórica y artística del pueblo en general y de sus BIC, un comentario sobre las puertas de muralla que iba visitando, unas breves pautas de lo que pretendía hacer (que cambiaba a cada momento, hasta que finalmente decidí tirar por lo alto e incluir la reforma de toda la planta baja del ayuntamiento, donde está el archivo municipal), un presupuesto, metía fotos, etc. Y así, a finales de mayo, concretamente el 20, terminé; siete u ocho meses después. Presupuesto final: 180.000 euros, con el nuevo iva. El documento completo me ocupó unas treinta páginas incluidas las fotos, a lo que hay que sumar los planos que adjunté: plantas y sección parcial del ayuntamiento, plantas de las puertas de muralla que medí, y fotoalzado. Y lo llevé por duplicado al pueblo, para que lo enviaran a los dos ministerios. Creo que fue esa misma semana cuando el ministro de fomento anunció los grandes recortes presupuestarios; ya es casualidad.

El informe de contestación está fechado el 1 de septiembre de 2010, remitido por la Subdirección General de Gestión de Ayudas, Subvenciones y Proyectos del Ministerio de Fomento. Son sólo dos folios, y me dicen lo que más o menos ya suponía: que hace falta un presentar un proyecto de ejecución, que hay que adjuntar un compromiso de asumir el 25% de la obra, y alguna cosa más (ver la entrada Pedir: el 1% cultural). Pero me quedo con la satisfacción de que han considerado mi estudio previo “bastante completo”, literalmente. Bueno, de momento, tenemos seguro el dinero de la ADRI, y más adelante, ya veremos. Estoy empezando a planteármelo como una cuestión personal.

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Instrumental: cinta o láser

Aunque estoy empezando a relativizar la importancia del levantamiento gráfico en un proyecto de restauración, no cabe duda de que es necesario dibujar planos del lugar, al menos para conocerlo bien, porque los edificios habitualmente protagonistas de una restauración suelen estar reñidos con lo recto, tanto líneas como ángulos, y las pequeñas desviaciones a veces no son perceptibles a simple vista; un plano resulta fundamental. Y para dibujar un plano, hay que medir, y para medir, hay que tener un metro.

La cinta métrica es una herramienta fiable, pero tiene sus inconvenientes. Para empezar, el arquitecto solitario se encontrará con serias dificultades al utilizarla. Y aunque ponga voluntad y esfuerzo, intentando enganchar el extremo en algún saliente, o extendiendo la cinta por el suelo, el resultado será malo, y agotador. Lo sé porque alguna vez lo he hecho. Con compañía, una medición con cinta es una tarea que puede resultar entretenida, aunque también existan pequeños contratiempos, como el desajuste en la horizontalidad, tanto por descuelgue de la propia cinta como por desnivel de los extremos de la medición, o la imposibilidad de meter la mano en una esquina llena de trastos o de telarañas. La ventaja es que ves claramente los dos puntos de referencia, extremo y final, de lo que estás midiendo. Parece una tontería, pero no lo es, porque resulta que ese es el inconveniente del medidor láser.

Como he tenido que pedir prestado un medidor lasér un par de veces, a la tercera decidí comprármelo. Hace ahora un año, más o menos. Opté por el modelo D-5 de Leica, por su capacidad para medir bien en exteriores (en ese momento podía permitirme invertir en mi “oficina”). He de admitir que es una delicia usar un aparato de estos. Sólo ser capaz de comprobar la altura de una bóveda en un instante ya causa un extraño placer, casi divino. Con este rayo se puede hacer casi todo, y se superan casi todos los impedimentos que hacen de la cinta un instrumento casi obsoleto. Pero nada es perfecto; como mucho, casi. El puntero es a veces caprichoso, y magnifica cualquier pequeño temblor del pulso, yéndose a apuntar a cualquier sitio menos al pretendido justo cuando aprietas el botón. Y no es raro que en cada sesión de láser haya dos o tres medidas que, una vez frente al ordenador, aparezcan totalmente incoherentes. Y en una geometría irregular, en la que hay poco espacio para la suposición, eso supone a veces tener que repetir visita al lugar. Pero precisamente esa es una de las cosas que ayudan, ya lo dije en una ocasión.

Resumiendo; cinta y láser son, al fin y al cabo, instrumentos de los que hay que servirse. Yo ya he optado por el láser, he de admitirlo, que para eso lo he comprado, pero siempre lo acompaño de un metro de esos metálicos que se recogen solos y que se pueden meter hasta en el rincón más mugriento. Y no renuncio definitivamente a mis cintas, que me han acompañado fielmente y con las que me he medido varias iglesias. ¿Son tan importantes las medidas? Lo digo sin dudar: NO. Y nunca llegaremos a una exactitud tal, cualquiera que sea el chisme que usemos para medir, que nos quedemos totalmente satisfechos con el resultado. En un proyecto de restauración bastan unas cotas exactas generales, pero a veces esas pocas son dificilísimas de obtener si no es con el rayo. Pero lo que sí que hace falta es conocer, y ahí, en nuestra forma de comprender, que suele ser el plano, sí que nos ayudan estos aparatos.

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Pedir: las ADRI

ADRI es un acrónimo para decir más rápidamente “Asociación para el Desarrollo Rural Integral”. No hay más que poner esas cuatro letras en un buscador de internet, y aparecerán algunos enlaces a las asociaciones que tengan web. Porque hay que aclarar que estas entidades no existen en todas partes, y seguramente habrá alguna que ni siquiera tenga visibilidad virtual. Así pues, todo lo que voy a explicar aquí sólo sirve para municipios que pertenezcan a una asociación de estas. En el caso de Palenzuela, cumplimos con el requisito: la ADRI llamada Cerrato Palentino.

Estas asociaciones gestionan fondos europeos (LEADER, PRODER … no sé, hay muchos, y de diversos nombres). Se supone que estos dineros sirven para ayudar a cualquier tipo de proyecto de desarrollo dentro de la comarca, sea de promoción pública o privada. No sé si todas las ADRI funcionan de la misma manera; en el caso de la nuestra, creo que clasifican los proyectos subvencionables en dos tipos: productivos y no productivos. Un museo se considera no productivo, por lo visto, aunque en el documento que hay que rellenar para la solicitud se pide especificar la cantidad de puestos de trabajo que va a generar el proyecto. Pero no hay mucho problema para poner cualquier cosa; no parecen ser demasiado rigurosos en las justificaciones; lo único, según algún testimonio que me ha llegado, es que son muy aficionados a la burocracia y a la completa exactitud de cada palabra.

Otro problema, muy importante, es que las subvenciones de las ADRI (supongo que serán las de todas) son incompatibles con cualquier otra subvención pública. Eso ya lo sabíamos cuando decidimos pedirles dinero. Y como todavía no teníamos respuesta del 1% cultural (no he contado la historia del dosier que les envié, pero lo haré pronto), a finales de agosto de este año 2010 redacté un pequeño informe de tres folios, una de esas llamadas memorias valoradas, titulada “Acondicionamiento y Musealización de la Torre del Reloj”. ¡Error! El mismo nombre que puse en el dosier que mandé a los del 1% cultural, caí en ello demasiado tarde. Ahora la ADRI, el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Fomento tienen abierto un expediente con el mismo nombre. Si en un futuro cercano volvemos a intentarlo con el Estado, habrá que cambiar el nombre.

En el mes de septiembre llegaron los dos informes: el del 1% cultural y el de la ADRI. El estatal, tal y como preveíamos, era negativo, pero con expectativas. El de ADRI fue positivo: se nos concede un 85% de lo solicitado (sin el IVA) a condición de que se presente el correspondiente proyecto. En el informe había puesto 40.000 euros en total (me dijeron que puesiera eso; no sé quién lo decidió). Así pues tenemos 28.813,56 € por la cara, y el resto ha de ponerlo el ayuntamiento. Muy lejos de los 180.000 que había presupuestado para el dosier del 1% cultural.

Como es habitual, hice el proyecto a la carrera, en tres semanas, y no quedé muy satisfecho con el resultado; me ha faltado concretar en muchas cosas; lo que entregué, salvo por los planos, es casi un documento administrativo; y resulta que luego era suficiente con entregar en plazo ciertos papeles, y el proyecto podía demorarse. Bueno, con ese presupuesto, la verdad es que mi proyecto de “restauración” se ha quedado en apenas un lavado de cara del interior del edificio, unas ventanas nuevas, unas luces nuevas, y la museografía. Pero todo eso también tiene su complejidad: me estoy dando cuenta, por ejemplo, de que no tengo ni idea de iluminación museística.

El proyecto ya está entregado (por cierto, sin exigirme visado), aprobado, y creo que en estos días ya se ha dado el visto bueno para comenzar las obras, pero… el otro problema de las ADRI: dan el dinero después de justificar el gasto; el ayuntamiento tiene que adelantarlo. Y tal y como están las cosas ahora, de momento, no empezamos. Mejor, porque así tengo tiempo para realizar un plan museológico en condiciones, aprender sobre iluminación y mirar empresas de montajes museográficos. Ya lo estoy haciendo. Pero de ello hablaré en otro momento.

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